Proyectos, esperanza, planes, nuevos objetivos. Todo esto aparece de la mano de la llegada de un nuevo año.
Sin embargo, Argentina es siempre Argentina. Y más cuando por delante se tiene un año electoral. Las miserias más instaladas se harán carne. Las internas políticas más feroces. Y los desequilibrios económicos más profundos.
Los últimos resultados del año de la gestión de Sergio Massa exhiben cierto orden, algún control sobre las variables que antes de agosto, cuando arribó el ex presidente de la Cámara de Diputados a Hacienda parecían descontroladas.
Y la expectativa es que se podrán mantener así, ¿dominadas?, al menos en los primeros meses del 2023. Pero ¿por cuánto?, ¿a qué costo?, ¿cómo estaríamos sin la cantidad de controles que forman el gran corset que hoy sostiene este status quo?.
La puesta en marcha de Precios Justos comenzó a amarrar los precios de los alimentos; la fijación de actualizaciones de distintos rubros por debajo de la inflación como es en el caso de los combustibles buscan sostener bajo una impronta de normalidad un esquema que no es normal en una economía moderna.
Pueden ser instrumentos necesarios para frenar una situación descarrilada como la que dejó Martín Guzmán, pero sólo debería establecerse por un lapso corto, ordenador, no transformarse en costumbre.
Lamentablemente los controles, los cepos, las limitaciones en las importaciones con la ilusión de producir localmente lo que estamos lejos de lograr, son esas costumbres argentinas que cíclicamente se renuevan como grandes verdades reveladas pero que simplemente conducen a un esquema que conduce a un empobrecimiento económico y social cada vez más profundos.
A las pruebas me remito. Fingers cross para un 2023 en el que algo comience a cambiar.
Laura Ojeda,
MixEconomico.